
Leyendo un libro de un coach anglosajón para ejecutivos llamado Mike George -autor de algunos libros de bastante éxito, entre ellos uno que leí y habla sobre las emociones, titulado “Los siete mitos del verdadero amor”-, encontré más o menos lo siguiente:
Las emociones, incluso las que nos parecen positivas, no lo son tanto, puesto que nos alteran, hecho que suele provocar que no seamos capaces de pensar con tanta lucidez como cuando estamos tranquilos. En dicho libro aparecía el siguiente ejemplo: en Japón se hizo un experimento en que, para que a los ejecutivos les disminuyera o se les quitara la ira, éstos debían ir a una especie de habitaciones donde podían soltarla. Al cabo del tiempo se observó que a dichos directivos no solo no les disminuía la ira, sino que les aumentaba, y que muchos de ellos se habían convertido en adictos a las “habitaciones de la ira”.
Parece ser que las emociones son adictivas y que cuanto más las usamos, más suelen aparecer, incluso cuando no queremos. ¿Cuántas veces no hemos pensado esto: ‘cómo pude yo haber dicho aquello o reaccionado así’?
Las emociones no se deben combatir, dado que vienen con más fuerza si las combatimos. Tampoco se deben ignorar, pues sucede lo mismo que si las combatimos. Lo que se debe hacer para gestionarlas mejor es observarlas sin hacer nada más. Acaban yéndose solas, aunque es cierto que es muy difícil observar según qué emociones de manera neutra cuando nos vienen, y en este caso hablo por propia experiencia.
Pondré un ejemplo de neutralidad con las emociones: en el lugar donde voy a realizar la meditación Raja Yoga, una de las personas que dirigen las meditaciones comentó lo siguiente: parece ser que un día se hallaba en un lugar fuera de Cataluña con otra persona arreglando una especie de depósito de agua, y de repente a la otra persona le cayó toda el agua encima y la empapó de arriba abajo. Esta persona parece ser que ni se inmutó, solo dijo: “la verdad es que esto está estropeado y hay que arreglarlo”. La persona que nos contaba la situación dijo que pensó: “Yo también quiero llegar a ser como ella, me gustaría no inmutarme por nada”.
Yo también querría no inmutarme por nada, pero es algo muy difícil. Solo hay que pensar que una persona tan pacífica como fue Jesús de Nazaret llegó a usar, tal como dice la Biblia, la violencia verbal al expulsar a los mercaderes del Templo. Ahí le pudieron las emociones. Este ejemplo nos indica que gestionar nuestras propias emociones es muy difícil, aunque yo lo intento, pues lo considero algo bueno y deseable.
Ernesto García