Germanwings

Ilustración © Mireia Azorin

 

Los últimos días de marzo y lo que va de abril ha sido noticia el trágico accidente aéreo de la compañía Germanwings que hacía la ruta Barcelona – Dusseldorf. Pero la noticia en mayúsculas ha sido, más bien, la rumorología y el chisme sobre la vida privada del copiloto que, según indican las primeras investigaciones, estrelló intencionadamente el avión con 149 personas más a bordo: que si había sufrido depresión hace ya varios años atrás, que si tenía tendencias suicidas, que si tenía problemas con la vista, que si tenía la baja y lo había escondido, que si su sueño era ser piloto aéreo y tenía miedo y presión de no poder alcanzar este sueño… etc. Y muchas otras que me dejo y no comento porque son opiniones sin conocimiento que circulan por los medios de comunicación, las redes sociales y en las conversaciones de bar.

Pero lo más inquietante ha sido cómo algunos medios de comunicación con el deleite de buscar el porqué de la tragedia aérea han caído en la fácil tentación de titulares sensacionalistas en primera página dando a entender que la culpa del accidente de Germanwings fue la depresión o el trastorno mental que el copiloto tuvo años atrás, como si este hecho fuera el arma del crimen que prueba el delito. Esta mala praxis del periodismo aumenta el estigma, ya existente, hacia los millones de personas que sufren problemas de salud mental. ¿El piloto sufrió en su momento depresión? Quizás sí, pero también como mucha otra gente. Servidor sufrió también una depresión en 2014 por lo que todavía tomo medicación, pero sigo trabajando, no voy haciendo daño a la gente, no calculo ni dimensiono carreteras, estructuras y puentes para que colapsen a las primeras de cambio cuando entren en servicio, ni dejo de vivir… También conozco algunas personas que sufrieron depresiones años atrás y ninguna hizo daño a nadie. La depresión no es un crimen. No lo era en el siglo XX y no lo es ahora en pleno siglo XXI.

Ahora resultará que los que convivimos o hemos convivido con un trastorno mental, como por ejemplo la depresión, seremos unos apestados incapaces de poder vivir una vida plena y de asumir ningún tipo de responsabilidad. Se debe tener cuidado y evitar generalizaciones hacia nuestro colectivo, como las de algunas noticias que dan a entender con el caso del accidente aéreo, porque muchas veces refuerza prejuicios falsos, lo que puede dificultar más la recuperación, ya de por sí dificultosa por el propio trastorno. Este estigma, esta señal de infamia, de bajeza moral, de comportamiento deshonroso que inconscientemente va esculpiendo a la mente de la sociedad, hará menos probable que quien tenga alguna dolencia mental pida ayuda y tratamiento. No hay duda de que en el mundo de la aeronáutica por ejemplo, como en muchas otras profesiones, reconocer ahora tener un trastorno mental será empresa peligrosa. En mi caso reconozco que cuando me diagnosticaron el trastorno que tengo, tal vez por ignorancia, tuve que pensarlo más de diez veces antes de decirlo en el trabajo, y estas dudas justamente eran provocadas por este estigma existente.

La sociedad no se ha comportado nunca correctamente con la salud mental, misericordiosa con los males del cuerpo pero temerosa ante la rotura de la razón, desconfiada de todo lo que se manifiesta incapaz de seguir los cánones, los sentimientos expresados a destiempo o de los pensamientos, emociones que se escapan del sentido común. Durante siglos, los trastornos mentales se consideraron como un castigo, y los que tenían los trastornos, culpables. Hoy en día todo este legado, aunque menos, sigue vigente. Es por eso que quiero aprovechar para mencionar y difundir la magnífica campaña de lucha contra el estigma y la discriminación que sufren las personas a causa de algún problema de salud mental que está realizando Obertament. El acompañamiento, la escucha, el respeto… nos es primordial para nuestra recuperación, para nuestro empoderamiento y para la normalización de nuestra vida y, las tres, se han de poner en valor.

Según diferentes estudios, el 25% de los humanos sufrirá en algún momento de la vida una dolencia mental. Es un porcentaje bastante alto, ¿no? Por tanto, aunque sea por una cuestión estadística y girando el calcetín, han existido casos de prolíficos científicos, geniales escritores, políticos trascendentales, espléndidos artistas, genios de la música… con problemas de salud mental. Pongamos nombres: John Nash, Albert Einstein, Isaac Newton, Charles Darwin, Nikola Tesla, Alan Turing, Marie Curie, Virginia Wolf, Sylvia Plath, Friedrich Nietzsche, Ernest Hemingway, León Tolstoi, Franz kafka, Edgar Allan Poe, Winston Churchill, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt, Catherine Zeta-Jones, Jim Carrey, Hugh Laurie, Vincent van Gogh, Sinead O’Connor, Sting, Ludwig van Beethoven, Robert Schuman, Hugo Wolf, Piotr Ilich Tchaikovsky, Gustav Mahler… y tantos otros ejemplos, que citar sus nombres haría larguísimo este escrito. ¿Hoy en día cómo estaría el género humano sin muchos de estos ilustres nombres? Pero, claro, cuando pensamos en salud mental, cuando utilizamos la palabra loco para referirnos cruelmente a alguien que tiene dolencias mentales… nunca pensamos en ellos. En cambio cuando pensamos en el copiloto Andreas Lubitz o en José Bretón, que mató a sus 2 hijos, o en Anders Breivik, que asesinó a 77 personas en Oslo y en la isla de de Utoya, sí los relacionamos con los trastornos mentales, los llamamos banalmente locos… porque queremos, inconscientemente, pensar que la maldad en ellos no está y que todo es consecuencia de una alteración anormal, de un trastorno mental que les ha instigado a ejecutar los homicidios sin que la voluntad interviniera. Lo hacemos porque queremos creer que no hay humanos carentes de compasión y dispuestos a hacer daño.

¡Pues no! En mi opinión la depresión o el trastorno mental del copiloto Andreas Lubitz no fue la causa de que estrellara el avión. Andreas Lubitz estrelló el avión porque no tuvo misericordia, porque era una persona mala e infame, como José Bretón y Anders Breivik. Por desgracia existen ovejas negras.

Carles Mujal

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