Paranoia

Ilustración © Riki Blanco

 

Desde mi punto de vista, la paranoia en personas que tenemos un diagnóstico de trastorno mental severo, sin especificar ninguno en concreto, es aquel pensamiento o idea que viene de lejos; pero que viene, no deja de venir, y te señala diciendo que tú eres la persona elegida.

Si estás en un entorno religioso, podrás creerte el portador de alguna profecía, el nuevo mesías o te pensarás que has contactado con la divinidad, por ejemplo. Si te interesan temas del ocultismo, te creerás una persona con poderes mentales para comunicarte con los espíritus o tendrás contactos con extraterrestres, probablemente. Si, como yo, te creías perseguido por la organización terrorista ETA, cuando estaba operativa, serías un objetivo. También me sentí espiado por el gobierno mediante espías que circulaban por la calle en coches de alta cilindrada, que se comunicaban con la “central” para transmitirles mis movimientos. Al menos así lo imaginé y viví en un episodio que sufrí hace muchos años.

Y así sucesivamente, puede haber muchos ejemplos. La paranoia tiene una forma bien definida, tiene unos parámetros muy estudiados y muy precisos, en tanto que son pensamientos irreales o carentes de fundamento en la realidad. La paranoia es un auténtico mito entre los profesionales que la estudian y la gente que la ha padecido. Está en boca de jóvenes o de gente corriente, cuando por nombrar algo que no entienden o que creen una locura dicen: “es una paranoia”, para abreviar o para resumir, en un concepto, lo que perciben como extraño, posiblemente.

Para mí, las alucinaciones y la paranoia no son tan distintas. Una cosa te lleva a la otra. Los pensamientos no son tan distintos de mi voz interior. El pensamiento, la idea, la emoción del momento, el hecho de que te quedes atónito y distante de los demás por haberte perdido en tu mente y, progresivamente, aislarte del grupo o de las personas que están a tu alrededor, hace que estés pendiente de la paranoia, abstraído de la realidad, distante, enturbiado, etc.

La paranoia va en aumento en cada momento, día o semana, va degenerando y siendo más y más marcada y evidente a medida que pasa el tiempo sin ser diagnosticada y no seas puesto en tratamiento médico y multidisciplinario. La persona, víctima de paranoia, no es alguien con sentimientos de querer hacer daño. La paranoia no nos induce a las personas que la padecemos a cometer delitos, ni a ser especialmente violentas. Creo que más bien crean confusión en la mente de quienes la padecemos. Crean una atmósfera de incomprensión y desasosiego en el que la persona, que ha enfermado, actúa de forma poco coordinada, excesivamente desorganizada o caótica, hasta cierto punto.

Atendiendo a lo que nos dicen los expertos, la paranoia no es otra cosa que un tipo de delirio, como lo pueden ser los delirios de: grandeza, celos, místicos, somáticos, de referencia, de control, de robo o inserción del pensamiento, de perjuicio, etc. Todos son manifestaciones delirantes de los pensamientos o ideas, que toman diversas formas. La paranoia, en mi opinión, no es sino el delirio de persecución, en otras palabras. Uno más de los que se manifiesta con mucha intensidad y que nos hace a las personas más vulnerables y sensibles a la influencia de las personas de nuestro entorno más cercano.

A mí, la paranoia me provocó el desconcierto con un comportamiento enfermizo y me creó sentimientos de extrañeza relativos a la gente que me rodeaba. Quería huir, irme lejos, que no me persiguiera nadie. “¿Qué le pasa a este?”, “¿Qué hace?”, “¿Qué dice?”, “¿Por qué se enrolla?”, “¿Por qué hace esto?”, serían preguntas recurrentes que cualquier persona se haría ante alguien que sufre un episodio con síntomas paranoides. Porque la paranoia no deja margen de dudas. Se puede intuir, se puede entender y se puede poner remedio cuando la persona, diagnosticada o aún sin diagnosticar, lo está viviendo y es víctima de una conspiración, según él o ella, fundamentada en pequeños detalles que ha podido observar a su alrededor.

Dani Ferrer

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