“Vivimos en la edad del etiquetaje, es necesario catalogar y clasificar a quienes, digamos, no estamos dentro de la norma.”
Ana Vega: Escritora, amante del alpinismo y activista de la salud mental.
Me llamo Ana, escribo. Mi trayectoria profesional es amplia, no sabría ni por dónde empezar. Soy coordinadora de talleres de creación y creatividad, crítica literaria, he trabajado como lectora, columnista, correctora… y muchos otros trabajos que poco o nada tienen que ver con la actividad artística o literaria. He publicado varios libros que se pueden encontrar tanto en mi web, www.anavega.net, como en cualquier librería.
Soy una mujer inquieta, demasiado quizá. Mi presentación más exacta es la que habla de mi escritura, pues entiendo la escritura tal y como comprendo la vida misma, como búsqueda, como autoconocimiento. Algo de lo que habla Viktor Frankl en su libro: “El hombre en busca de sentido”: una vez encontrado éste, es más fácil seguir ligados a este hilo invisible que nos amarra al mundo. Me gusta la soledad, me gusta la lectura, la naturaleza y el contacto directo con ella, los gatos por ejemplo, la naturaleza más salvaje, la que me conduce al instinto, lo que nos salva siempre, un principio bastante exacto de redención y encuentro con una misma.
Para presentarte a ti misma, hablas de tu escritura. ¿Por qué escribes? ¿Qué es para ti la poesía?
Siempre me he enfrentado a la escritura como un modo de búsqueda infinita, de encontrarme a mí misma y también el sentido oculto o más real de ciertas cosas, conceptos que con la propia experiencia no alcanzo a comprender, o quizás sí, pero no de un modo completo, absoluto. La escritura llega donde el ojo no alcanza, ni el oído ni las manos. No podría definir o catalogar mi escritura o modo de enfrentarme al folio en blanco como algo predeterminado, cuyos límites estén marcados de alguna manera, sus formas o trayectoria. Camino, escribo, a golpes de conciencia pero siguiendo una cierta línea, podríamos decir argumental o cimientos que sustentan mi escritura: la búsqueda, el compromiso con la verdad, con el dolor, con aquellas partes oscuras que otros rechazan, obligar al lector a sentir la cercanía de sus dos caras, el bien y el mal, nuestros ángeles y nuestros demonios.
Me gusta la literatura que me conduce a lugares desconocidos, que exige al lector, que me obliga a mantener una sinceridad extrema conmigo misma, estar atenta. Desconfío de toda facilidad, de todo ornamento innecesario, de las palabras que no nos descubren nada nuevo y sobre todo de la escritura que nos conduce al vacío. Siento la escritura como una especie de precipicio que has de saber salvar, el reto de dar siempre un paso más, de buscar nuevos cauces, abrir nuevas vías.
¿Por qué has querido compartir tu experiencia con los demás?
En uno de mis primeros artículos como columnista, que titulé: “Sirena Varada”, decidí reconocer públicamente el síndrome de Agorafobia que había sufrido. Nunca he tenido dificultad alguna en reconocer mis problemas de salud, ni mi enfermedad, ni mi discapacidad; es algo que forma parte de mí, más bien una marca que la sociedad impone de un modo un tanto absurdo, pues todas y todos nosotros pasaremos por un problema de ansiedad en nuestras vidas, por un proceso de duelo o de dolor, dado que somos humanos (algunos más que otros…).
Creo que la clave o herramienta básica para el cambio es la verdad, hablar de la verdad y desde la verdad. Vivimos en un mundo demasiado contaminado de máscaras, mentira e hipocresía y con este silencio impuesto o autoimpuesto contribuimos a esta imagen tan irreal que hemos creado. Si analizamos cualquier red social veremos el impacto de esto de un modo alto y claro. La imagen y la palabra han sido contaminadas de egoísmo, egocentrismo, un ejercicio que nos impide avanzar en nuestro crecimiento interior y avanzar también hacia los demás, nos encierra en una imagen falsa de la realidad. La verdad salva, siempre. Es necesario hablar.
¿Qué es lo que has vivido? ¿Por qué te diagnosticaron?
Cuando comencé con los síntomas, que más tarde reconocieron como un síndrome de agorafobia grave, tenía 18 años. Por aquel entonces (y creo que por desgracia no han cambiado muchos las cosas respecto a este tema, al menos en ciudades pequeñas), se desconocía lo que era. Aunque al final nos encontramos siempre con los mismos problemas: saturación del sistema de salud pública y trato un tanto deficiente en éste. Básicamente, te derivan a un psiquiatra o psicólogo que establece como pauta única o más importante una medicación claramente abusiva. En mi caso sufrí un deterioro físico importante, lo cual a su vez derivó en problemas de salud no mentales, sino físicos y corporales graves. Podríamos resumirlo en diez años en cama, aprender a caminar, comer, beber e incluso hablar de nuevo. Ayuda y apoyo que encontré en el sistema de salud, tanto médico de cabecera, otras especialidades o salud mental (al igual que unidades de trabajo social u otras), cero.
Tras esos diez años y otros ocho en los que yo misma me impuse una búsqueda activa de soluciones y profesionales que me dieran algunas claves, regresé al Centro de Salud Mental donde con 18 años se me había dicho con una rotundidad tremenda: “Debes acostumbrarte a esto pues posees un trastorno grave y nunca te vas a curar”. Regresé a esa misma persona y otra que insistió en lo mismo, con mi CV y mi trayectoria vital y profesional. Obtuve disculpas de los dos profesionales en cuestión. Espero esto sirva, no ya para mí sino para otros. Es clave contar lo que ocurre: que resulte útil para quien venga detrás.
¿Cómo fue para ti recibir un diagnóstico? ¿Te identificas con la etiqueta?
En realidad, el diagnóstico ni está claro aún hoy, la agorafobia sí, pero esto no está considerado como diagnóstico. Se establecen otros, como trastorno de la personalidad o incluso se empeñan en situarte en algún tipo de trastorno alimentario cuando nunca lo has sufrido. Vivimos en la edad del etiquetado, es necesario catalogar y clasificar a quienes, digamos, no estamos “dentro de la norma”. Me gustaría saber qué comprende la sociedad actual por norma. Vivimos una clara alteración de términos, entendemos como “tonto” a quien es generoso, “listo” a quien engaña, “loco” a quien dice lo que piensa… No me identifico con etiqueta alguna pues en mí, como en todos los seres humanos, habitan múltiples registros. Soy un ser humano, más allá de toda etiqueta y diagnóstico.
¿Has vivido discriminación por motivos de salud mental? Y tú misma, ¿te has autoestigmatizado?
La verdad es que no. Sí he vivido la soledad de la empatía en grado extremo. O lo que ahora también posee etiqueta propia: a las Personas Altamente Sensibles nos denominan “PAS”. He sentido y vivido esa soledad de tú poder comprender todos los planos y que otros planos no puedan comprenderte a ti. Por tus vivencias y experiencias, a ciertas personas nos resulta muy fácil ponernos en la piel del otro; sin embargo, quien tienes frente a ti te mira cual unicornio. Existe un desfase de edad también, puesto que lo que has vivido te sitúa en una edad muy superior a la edad real. Ocurre algunas veces que tu entorno te va comprendiendo en la medida que ellos o ellas mismas van atravesando procesos que tú ya has vivido y procesado.
No he vivido discriminación alguna ni estigma; vivo y he vivido siempre con normalidad lo que siento, vivo y pienso. Y siempre he hablado con normalidad de todas mis patologías –también de las que veo y me parecen más peligrosas, como la crueldad-. Sí que recuerdo, cuando comencé a explicar qué era eso de la agorafobia, recurrir por ejemplo a Kim Basinger para explicar que “también a la gente normal le pasan esas cosas”. Curiosamente, era nombrar a Kim Basinger (quien por cierto realizó un documental sobre el tema de su enfermedad y proceso de curación) y todo el mundo se daba por satisfecho. Así somos, nos quedamos en la superficie. Es curiosa no obstante la relación que se establece entre ciertas patologías como la agorafobia y el mundo artístico: muchos y muchas artistas conviven con ella o han convivido en algún momento de su vida. Quizá la clave sea esa especie de sensibilidad extrema.
Actualmente, ¿cómo te encuentras?
Me encuentro como cualquier persona con una enfermedad crónica. En mi caso, con muchos más problemas físicos o, digamos, secuelas de lo vivido, que sí me condicionan y limitan. Por supuesto, lo que más influye en esto es que tus circunstancias personales, familiares y económicas faciliten o empeoren dicha situación. En mi caso, me reconocieron la discapacidad hace unos años –sin prestación económica-, justo para poder cuidar un poco más mi salud y mis problemas. Difícil hacerlo en un mundo en el que no existe una baja laboral por la precariedad del contrato, donde debes trabajar enferma –en situaciones realmente insoportables a veces- o donde por cuestiones de supervivencia tú misma has de atacar tu propia salud. Nadie se ha planteado que este sistema, o el INEM mismo, no es un sujeto excesivamente receptivo ante tus posibles problemas.
Puedo decir que con una situación laboral y económica que me permitiese alcanzar cierto grado de cuidado, mi estado de salud sería mucho mejor o quizá óptimo. Hablo de algo básico, como poder no trabajar cuando estás enferma (qué cosas en este siglo…). Y me cuesta entender y aceptar esto, me cuesta aún afrontarlo, pues se trata de que la mera supervivencia implica una pelea sin tregua…
¿Qué te ha ayudado a recuperarte?
Básicamente, una terapia con un profesional (no del mundo de la sanidad pública) valiente y honesto, mi descubrimiento de otras terapias y medicina alternativa, y yo misma. Quisiera dar las gracias desde aquí a los profesionales que he tenido la suerte de encontrar en mi camino, gracias a Ana y gracias a Santos, “culpables” de que ahora mismo pueda alzar la mano y escribir esto.
¿Qué le dirías a una persona que acaba de ser diagnosticada o acaba de salir de su primer ingreso?
Que busque información, que lea sobre lo que le pasa; que encuentre sus porqués y su camino o trayectoria; que se busque a sí mismo/a; que acuda a una asociación que pueda asesorarle, que busque ayuda y que se deje guiar siempre por su instinto.
¿Una última reflexión que quieras dejar a quien te esté leyendo?
Se me olvidaba, y quizá sea importante para las personas que tienen agorafobia y lean la entrevista, yo durante muchos años no pude salir de casa, coger el teléfono, acercarme a una ventana… Más tarde, he dado recitales, presentado actos… Y lo más importante, como soy una apasionada de la naturaleza y me encanta el alpinismo, he logrado escalar (no mucho porque no tengo fuerzas y sí muchos problemas físicos) en roca, al aire libre. Todo es posible o casi todo. Una frase de Gaston Rebuffat, alpinista: “Donde hay voluntad hay camino”.