Il·lustració © Sergi Balfegó

Ilustración © Sergi Balfegó

A veces me imagino como un ovillo de lana enredado incapaz de discernir entre lo que quiero, lo que necesito, lo que me pasa, lo que puedo hacer para evitar lo que me pasa o para aceptarlo. Sentirme como un ovillo de lana me parece una bonita metáfora que alguien me dijo un día para describir la sensación de caos y de enredo que experimentamos a veces. Y poder pensar que de alguna manera se puede ir tirando de un hilo, y después de otro, y otro y así sucesivamente para poder desenredar ese ovillo. Y después, una vez todos los hilos desenredados, decidir qué hacer con ellos.

A menudo no somos conscientes del momento en que nuestra vida va a cambiar por completo, para bien o para mal o para las dos cosas. A veces la vida se convierte en una rutina aletargadora, te embota, parece que lo que haces tiene algún sentido. Al menos lo tenía cuando empezaste a hacerlo. Pero en algún momento las cosas han dejado de tener la importancia que tenían. No sabes muy bien cómo ni cuándo ha pasado, pero así es. Un día, sin saber porqué, te das cuenta de que algo no funciona, de que aquello que te impulsaba ha perdido su fuerza. Te miras al espejo y descubres a alguien que parece derrotada por la vida, alguien que se parece a ti pero que no eres tú. Y no te gusta lo que ves. No te gusta haberte vendido al peor postor, aunque tampoco recuerdas cómo sucedió, pero esa es la sensación que tienes. De haberte abandonado, de haber aparcado a un lado lo que antes te hacía sentir viva.

No es nada extraño que un día te des cuenta que hace tiempo que ves sin mirar, que oyes sin escuchar, que afirmas sin cuestionarte la pregunta, que hablas sin pensar en lo que dices, que bebes y comes sin saborear. En definitiva que un día te das cuenta que no eres más que una sombra de lo que fuiste, que parece que hayas estado deambulando durante todo este tiempo como si estuvieras despierta y supieras lo que hacías pero en realidad estabas dormida. Si, parecías despierta, pero tus ojos no tenían vida, no brillaban.

Si las ojeras aparecían, te maquillabas; si sentías algún pequeño dolor o molestia, te drogabas con lo que encontrabas en la farmacia, si no podías dejar de pensar, encontrabas alguna excusa para obligarte a dejar de hacerlo. Porque a veces duele pensar, duele soñar, duele ser consciente de las responsabilidades a las que ya no puedes renunciar.

A veces tengo sueños y pesadillas, y me he dado cuenta que en lugar de escuchar lo que me quieren decir, me he pasado gran parte de mi vida, intentando anularlas. No puedes evitar que aquello siga allí. Y lo sabes, pero todos en algún momento, aun sabiendo que el callejón por el que andamos no tiene salida, aun así seguimos caminando hacia él como si no tuviéramos otra alternativa.

Pero si hay otra alternativa, ya sea atreviéndonos a hablar en voz alta y pedir ayuda; ya sea intentando cambiar nuestra vida aunque sea con pequeños gestos y así ir tirando de un hilo y de otro… puede que dé miedo descubrir que existen alternativas y que debemos implicarnos de una u otra forma, pero no hacer nada es permanecer enredada en ese ovillo de lana, que no nos lleva a ninguna parte.

Mònica Civill

Comentarios: