Trencament

Fotografía © Elena Figoli

 

Cuando yo tenía 12 años algo en mi vida empezó a torcerse, hasta que toqué fondo a los 13 años.

Podría especular sobre las causas, sobre algunos episodios de mi infancia, que seguramente no logré encauzar bien o nadie supo ayudarme a hacerlo, pero creo que ya me pasé muchos años buscando culpables, incluida yo misma. Creo que puede ser más interesante explicar cómo viví la depresión y qué significó para mí.

Por supuesto, no toqué fondo de un día para otro, aunque cuando empezó el malestar entré en una espiral sin fin, de la cual era difícil volver hacia atrás. Era una situación nueva para mí, desconocida y poco a poco se fue asentando la idea de que era inevitable. Como que, si hiciera lo que hiciera, no podría escapar de ella. Así es como aparecieron la incerteza, el miedo y el sufrimiento.

A los 13 años tuve la primera depresión mayor que arrasó con todo. Mi existencia cambió drásticamente, nunca volvería a ser la niña que había sido. Mi vida se tiñó de una tristeza tan enorme que lo embargaba todo y me impedía pensar o hacer otra cosa que no fuera llorar, estar sola, con el autoestima por los suelos, con un inusual rendimiento escolar bajo, con problemas de sueño y una total desesperanza acerca del futuro que me hacía pensar en la muerte día sí y día también.

Recuerdo que mi madre estaba muy preocupada y me preguntaba insistentemente que me pasaba, si me dolía algo. Finalmente fui capaz de decirle, a falta de saber expresarme mejor, que “me dolía el alma”. Me había vuelto una niña sin ilusiones, que había perdido las ganas de vivir, solitaria, triste y angustiada.

La depresión se llevó mi inocencia y mi alegría por vivir. Aún era una niña que estaba entrando en la adolescencia, una etapa sin duda perdida, robada y que me condicionó en un momento en el que mi persona se estaba formando. Yo era mi principal enemiga, pues no me valoraba ni quería. Al contrario, me odiaba. Y todo lo que pensaba de mí era negativo, ya fuera de mi físico, de mi carácter o mis capacidades -intelectuales, sociales, etc.-. Y todos estos pensamientos se iban enquistando, como si fueran una verdad absoluta.

Como tengo epilepsia, el neurólogo que me trataba fue quien me diagnosticó y empezó a tratarme ambulatoriamente. Cada mañana mi madre me llevaba a su consulta, donde me daban la medicación vía intravenosa. Y volvíamos en taxi, ya que me quedaba sin capacidad apenas de mantenerme despierta.

Por aquel entonces me medicaban con los antidepresivos de primera generación, los IMAO, que tenían muchos efectos secundarios. Me despertaba a medio día, aproximadamente, y así había perdido toda la mañana. Esto duró el curso lectivo, que perdí.

Debo decir que mi familia siempre estuvo a mi lado en los buenos y los malos momentos. No sólo por llevarme a médicos, psicólogos y demás, sino que aguantaron muchas malas caras, altos y bajos, reproches, lágrimas y culpas. Y aun así, siempre me apoyaron y me demostraron cuánto me querían en el día a día. Aunque mi desesperación por aquel entonces hizo que no siempre lo pudiera apreciar.

Creo que esta depresión, a esa edad, sin duda ha marcado la persona que soy. Tardé 5 años en levantar cabeza y resurgir un tiempo, para después volver a los infiernos, a las garras de esta bestia negra.

A día de hoy, he perdido la cuenta de las depresiones que he tenido. Pero sé que, en mi experiencia, cada vez es un poco como empezar de nuevo, porque no siempre las estrategias anteriores funcionan. Aunque la desesperanza de la primera depresión jamás podré olvidarla. Esa sensación de que no saldrás adelante nunca y que es algo inevitable, hagas lo que hagas.

Pero también debo decir que he sobrevivido a todas estas depresiones. Por lo tanto, puedo dar testimonio que, pese a las dificultades, se puede superar una depresión, por grave que sea.

Hasta hace unos pocos años he seguido sintiéndome un bicho raro. A raíz de acercarme a diferentes asociaciones del ámbito de la salud mental, he conocido gente que ha pasado por experiencias similares a la mía. Esto reconforta mucho y es por ello que lo recomiendo.

Aunque a día de hoy no esté en mis mejores momentos, y en cierto sentido durante toda mi vida he vagado perdida buscando respuestas, ahora empiezo a ver que las cosas no son ni blancas ni negras y que una cierta recuperación es posible.

Mònica Civill

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