Il·lustració © Francesc de Diego

Ilustración © Francesc de Diego

Hace más de un año que practico meditación y unos seis meses que practico “Raja Yoga”, una meditación en la que diriges tus pensamientos.

A veces me hago las siguientes reflexiones y preguntas: el hecho de que a veces veas que en el mundo suceden cosas que a ti no te gustan, ¿no puede ser para bien?, ¿no será para que saquemos conclusiones y lecciones positivas de ello? A mí me ha ocurrido que a veces un problema parecía enquistarse mucho en mi vida y me parecía imposible de solucionar, hasta que después de mucho pensar y discernir lograba resolverlo y el problema cesaba. Parece como si éste me estuviera diciendo que tenía que aprender a solucionarlo, pues de otra forma me enquistaría en él y no aprendería nunca. Cuando tuve el problema de salud mental de bipolaridad, me costó muchos años convivir con él, en primer lugar; y, en segundo, aprender a dejarlo atrás sin que me hiciera daño su recuerdo. Con ello aprendí a conocerme mejor a mí mismo y a ser más feliz. ¿No nos ocurre algo similar a todos cuando resolvemos los problemas que se nos presentan? ¿No nos está queriendo decir la vida que por grave que sea un problema procuremos sacar lo positivo de él, incluso aunque no podamos resolverlo? Tenemos que aprender a vivir con él

Ahora voy a hablar de la ira, que es un estado en el que las personas no somos dueñas de nosotras mismas y en que muchas veces nos llegamos a sentir verdaderamente mal. La ira, si no es lo peor, es de lo peor que puede tener el ser humano. ¿Cuántas veces, por ejemplo, a lo largo de la historia, soldados presos de ira han cometido verdaderas salvajadas? Pero la ira, al contrario de lo que suele pensarse, no sólo aparece en nosotros cuando la expresamos hacia los demás, sino que también aparece cuando sentimos odio o aborrecemos una persona o situación. Ese malestar u odio que te corroe por dentro, es también ira. ¿No sería mejor ver esa escena de una forma más distante y más positiva sin que nos afectara tanto? También es ira el malestar que sientes cuando alguien te está diciendo de todo menos bonito y tú te sientes mal. Si por ejemplo alguien te llama imbécil o idiota y tú sabes que no lo eres, ¿por qué le das tanta importancia como si lo fueras? ¿Qué te importa más, lo que otros opinen de ti o lo que opines tú de ti mismo? ¿Por qué dependemos tanto de la opinión de los otros y no tenemos en cuenta en primer lugar la propia? Si somos verdaderamente sinceros y vemos que lo que opinan los demás de nosotros no es cierto, ¿por qué no tenemos la suficiente personalidad para ser leales a nosotros mismos, que es a quienes verdaderamente debemos ser leales? Pensemos que somos los creadores de nuestros pensamientos y sentimientos: si no nos sentimos mal ni pensamos mal, los demás no pueden, por mucho que lo intenten, hacernos pensar y sentir de forma distinta.

Lo que debemos hacer cuando fallamos, es perdonarnos a nosotros mismos y volver a intentar no fallar, aunque hayamos fallado en lo mismo muchas veces. No debemos sentirnos culpables. Incluso si hacemos algo que daña a otros, debemos pedir perdón y procurar no volver a hacerlo, pero también debemos perdonarnos a nosotros mismos, no sirve de nada sentirse culpable. Al contrario, es peor, pues pierdes más que ganas. El origen conceptual de la palabra pecado proviene del griego Hamartia, que significa “errar en el blanco”, algo completamente distinto a lo que la religión nos ha enseñado, pues a mi entender, si yerras, no debes sentirte culpable de haber errado. ¿No nos debería bastar con volver a intentar no errar? ¿Qué ganamos con sentirnos culpables, si lo pasado, pasado está? Hiciéramos lo que hiciéramos, ¿no deberíamos pedir perdón y arrepentirnos? Pero, ¿cargar encima con la culpa, no será demasiado?

Dejo estas preguntas en el aire para que cada cual las vaya contestando como mejor le parezca, y al final sugiero reflexionar si nos ha cambiado en algo nuestra percepción personal sobre estos temas.

Ernesto García

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