
Los centros de día son un paso obligado para muchos que sufrimos un trastorno mental. Hay momentos en la vida en que no tienes muchas opciones vitales y estas instituciones se hacen necesarias.
Un centro de día es una institución donde vamos personas con problemas de salud mental que no estamos tan mal como para estar ingresados en un hospital, pero que necesitamos ayuda para seguir adelante. También es un lugar de socialización. Normalmente tienen horarios personalizados, diversos, que pueden comenzar a las diez de la mañana y acabar a las cinco de la tarde. Se realizan actividades también diversas, desde terapias de grupo a talleres ocupacionales.
Recuerdo, hace diecisiete años, cuando empecé a ir al Centro de Día del barrio de la Esquerra de l’Eixample. Yo llevaba unos seis meses encerrado en casa y sin prácticamente vida social. Al principio me pareció un sitio terrible. Había gente que estaba muy mal. Y pese a que éramos un grupo numeroso, había aislamiento. Los problemas de salud mental son así. Claro, mucho de ese aislamiento lo llevaba yo encima. Poco a poco fui mejorando las relaciones. Yo iba por las mañanas. Había personas que salían a las cinco de la tarde y comían allá. Éramos una comunidad curiosa. En aquellos tiempos, los centros de día eran cajones de sastre. Había gente con todo tipo de problemas mentales, incluidas algunas personas que yo no comprendía que hacían allá, como personas con disminución psíquica.
Las asambleas eran caóticas. Tenían mucho trabajo los monitores en hacer que aquello tuviera cierta coherencia. Fui haciendo amigos. Fui desarrollando actividades y me volví más sociable. Con ayuda de Silvia, la asistente social, encontré otras actividades fuera del centro. Voluntariado o aprender cocina o catalán. Esto me abrió aún más a otras personas.
Pronto fui al centro sólo para hacer terapias de grupo. Y he seguido haciéndolas. Todavía continúo yendo. Es el momento de hacer balance de la semana que acaba y de hablar de problemas. Encontré actividades fuera del centro que para mí eran más satisfactorias. Pero sin el paso previo de ir al centro no creo que hubiera mejorado mucho o el progreso habría sido mucho más lento.
Los centros de día pueden parecer extraños a algunas personas, pero creo que hacen una tarea imprescindible. Para socializarnos, para conocer personas con los mismos problemas que nosotros, para encontrar nuestro camino en la vida y para construir proyectos que nos realicen.
Yo a Teresa, a Jesús y a Silvia, los profesionales de mi centro de día, les estoy muy agradecido.
Fèlix Rozey