Il·lustració © Riki Blanco

Ilustración © Riki Blanco

El Asperger se tiene de por vida. Al menos, eso me han dicho los profesionales que me tratan, y yo lo creo. Es más, es probable que haya sido distinta desde el momento en que descubrí el mundo y el mundo me descubrió a mí.

Desearía ser capaz de construir un pequeño teatro de marionetas, un lugar frente al cual os pudierais sentar y, maravillados, fuerais espectadores del baile incesante que se establece entre vosotros en comparación con la soledad, rígida y helada, que sufre una persona con Autismo.

Querría poder enseñaros el Universo Asperger, pero para ello debería trascender de mí misma, de mi condición. Tendría que traducir mi microcosmos, explicar el Asperger con vuestras palabras.

Y eso es imposible, claro. Imposible porque, si fuera capaz de expresarme en vuestro idioma, sería capaz de liberarme de la coraza invisible que me separa de vuestra realidad y, durante mi ejercicio de traducción, podría respirar vuestra atmósfera, ver vuestros colores y sentir vuestras emociones.

Y entonces, al volver al Universo Asperger, tendría recuerdos. Vivencias almacenadas en mi mente que me convertirían en un ser fronterizo, en una persona destinada a vivir entre dos Cosmos.

Ya no tendría Asperger. Y no es así. Reitero: el Asperger es de por vida.

Así pues, me veo obligada a escribir en mi idioma. Pienso, siento y hago en un solo idioma, y éste es distinto del que vosotros utilizáis para conversar, reñir, discutir… En suma, para vivir.

Es difícil aceptar esta realidad.

Sin embargo, de alguna manera soy capaz de comunicarme con vosotros. Tal vez eso sea la recuperación para alguien con Asperger o Autismo: la comunicación integral con personas no Autistas. Suena bien, ¿verdad?

Quizá, pero no es más que un artificio, una ilusión de un mago amateur y algo torpe. Vosotros leéis con ojos no Autistas, y así convertís mis palabras en un maravilloso truco de magia. El trabajo lo hacéis vosotros, yo sólo me escondo tras una nube de humo.

Pero escribo. Me visto con mi traje de maga y practico sin cesar piruetas manuales, trucos con sierras, puertas giratorias y dagas afiladas.

Eso es la recuperación. El intento (jamás forzado) de no sólo estar entre vosotros, sino también de estar con vosotros.

Al menos, eso es la recuperación para mí. Eso es lo que ha hecho que deje de refugiarme en un Universo cada vez más claustrofóbico.

Yo soy maga y vosotros público, sí, pero al menos todos juntos somos el espectáculo.

Y como nota final (tal vez larga y grave, tranquilizadora y profunda), me gustaría que os imaginarais de pequeños, felices y despreocupados, con un globo en la mano y caminando por una feria en una tarde en que el sol tiñe de dorado la realidad.

Ese globo es un tesoro. Es vuestro, únicamente vuestro. Lo observáis con atención. Veis su brillo, su forma, sus colores vivos, cómo danza junto a la brisa…

De pronto, el globo se os escapa de las manos.

Vuestro corazón se acelera: ¿qué hacer? Lloráis, gritáis, suplicáis… Pero el globo ya se ha perdido en la inmensidad de la atmósfera.

Años después, aquella escena primaveral es ya tan sólo una anécdota. Una entre otras. Muchas otras, tal vez. Quizá demasiadas.

Anécdota tras anécdota, una huella comienza a formarse, un pellizco emocional que tal vez crea suspiros, lágrimas huérfanas de motivos o aullidos jamás liberados. Una huella que os hace ver la realidad como un jersey que no os va bien. Tal vez pica, o quizá es demasiado holgado.

Así es la recuperación en mi Asperger: picajosa, molesta, pero también gratificante. Madura. Es un estado en que, anécdota autista tras anécdota autista, he aprendido a vivir, no sin trazas, en una realidad que siempre, por suerte o por desgracia, me resultará ajena.

Rosa del Hoyo

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