Il·lustració © Sergi Balfegó

Ilustración © Sergi Balfegó

Hola, me llamo Estefanía y tengo treinta años. Hace nueve, mi vida se partió, se congeló en un bloque inmenso de dolor al cual he sido adicta hasta hace bien poco. Mi diagnóstico: Trastorno Bipolar. Después de haber estado ingresada durante más de dos meses en un hospital psiquiátrico por depresión mayor y tras haber recibido más de un diagnóstico, finalmente, y a la salida del hospital, un psiquiatra pudo identificar que el “subidón” que padecí meses antes de la depresión mayor era una etapa hipomaníaca. Así que por fin encontraron el diagnóstico acertado y, sobre todo, la medicación que realmente me salvó la vida: el litio.

Antes del litio, pasé por infinidad de medicación: hipnóticos, benzodiacepinas, estabilizadores, antidepresivos, etc., pero nada me hacía el efecto esperado. Mis pensamientos suicidas continuaban persistentes día y noche (pese a estar inmensamente sedada).

Sentía un dolor que no hay léxico para describir. Cuando te caes por la calle porque ya no puedes continuar con tus piernas, con tu alma,  cuando no puedes dejar de llorar, cuando no puedes respirar, cuando suplicas que se acabe tanto sufrimiento, cuando deseas no despertarte por la mañana y ésta empieza con una angustia terrible en el pecho y unas taquicardias incapacitantes que te cortan el aliento, cuando tu único deseo es que vuelva la noche para no sentir o dormir todo el día… Cuando vives así, no quieres continuar viviendo.

Pero como decía, el litio acalló tanta desesperación. Mi estado ya no era extremadamente vulnerable y desolador y no se me hacía desbordante vivir.  Poco a poco pude hacer vida sin querer morirme y, con ayuda psicológica, el tratamiento farmacológico, mi familia y mis gatos, conseguí avanzar en un proceso que todavía hoy dura.

El proceso de la autoaceptación, el proceso de dejar atrás la identidad de enferma, el proceso de dejar de victimizarse y tomar responsabilidad de ti misma, de ser consciente que te limita más el autoestigma que el propio trastorno mental. El proceso de ser valiente y vivir la vida como la mereces, con todas tus cualidades y todos tus defectos, pero permitiéndote expandir todas tus maravillosas potencialidades, es algo en lo que aún estoy. Es un trabajo de mucha autoconciencia y mucha constancia.

Primero hay una fase de autodestrucción. Engordé 40kg, en parte por la  sobre medicación, aunque había una clara voluntad de castigarme y provocar rechazo social para aislarme (solamente me relacionaba con gatos, mi vida social afectiva desapareció). Luego viene la fase de integración, esa fase en la cual poco a poco sales de tu mundo interior; primero relacionándote con un único amigo, hasta poder formar parte incluso de colectivos que te hacen ver que puedes formar parte de la sociedad. Y por último, viene la fase de auto-aceptación, de que tu historia deje de pesarte y servirte como pretexto para la inacción porque crees y sientes que no eres del todo capaz de ser quien eres, porque te acomodas, porque ser víctima de tu trastorno hace que no te responsabilices. Salir de tu zona de confort, del: “no puedo porque tengo esto, que me ha limitado tantos años, y así será el resto de mi vida” (indefensión aprendida), es importante. Hay que tomar las riendas y dejar atrás tu identidad de enferma para ser Estefanía, una persona capaz y luchadora que no dejará de serlo nunca. Porque tener un diagnóstico de trastorno bipolar no me tiene que limitar, estoy aprendiendo a valorar esos dones y capacidades que tengo y a no tener miedo de expandirme. No es fácil pero es posible.

Para concluir, quiero decir que este proceso descrito nunca es lineal, siempre puede haber retrocesos y estos son necesarios, tan necesarios como saber leerlos y extraer de ellos la fuerza para avanzar en tu camino que es vivir. Soy una persona, no un trastorno.

 Estefania Trenchs

Comentarios: