Avaricia
Ilustraciones © Sergi Balfegó

 

Ya lo dice la canción: “Todos queremos más, más, más y mucho más/ el que tiene uno quiere tener dos/ El que tiene cinco quiere tener diez/ El que tiene veinte, busca los cuarenta/ Y el de los cincuenta, quiere tener cien.

Pero no se trata única y exclusivamente de dinero, sino que nos suele suceder lo mismo con viviendas, ropa, coches, etc. Es decir, que deseamos tener más de casi todo. Y cuando tenemos lo que nos propusimos tener, solemos seguir queriendo más. Parece que en eso radican casi todas nuestras metas y nuestra felicidad, lo cual no es cierto, porque cuanto más tenemos, más queremos y más infelices somos si no lo conseguimos. Llevándonos estas pretensiones, en algunos casos, a problemas de salud mental.

Nos pasamos la vida matándonos para conseguir llegar a metas, que una vez superadas, no sólo no nos conformamos con ellas, sino que intentamos conseguir más de lo mismo, sin reflexionar si merece la pena tanto esfuerzo. Todo esto nos genera una gran ansiedad y, si no podemos conseguirlo, tenemos un sentimiento de frustración, además de otro de culpa, si vemos que otras personas que conocemos lo consiguen. Todo esto nos lleva a practicar una competitividad negativa y, en no pocas personas, a cuadros de estrés y depresión.

Hemos llevado a tal punto la competitividad, que incluso cuando somos padres, a nuestros hijos les metemos en la cabeza que tienen que ser competitivos; es decir, sobresalir en alguna faceta de la vida, lo cual les permita acceder a la mayor cantidad posible de bienes de consumo. Sin pensar si tal cantidad de bienes de consumo son necesarios o no.

Competitivitat     Premiamos a los ganadores, pero nos olvidamos de los que, aunque no ganen o fracasen, lo intentan una y otra vez. Una persona por ganar algo, merece un premio. Premiamos el ganar y no solemos mirar la forma cómo se consigue. No solemos premiar el esfuerzo y, mucho menos, si aunque haya mucho esfuerzo no se gana.

Queremos que nuestros hijos sean los mejores en todo. Muchas veces se lo exigimos para que sean lo que nosotros no hemos podido ser, y no nos damos cuenta de que los presionamos demasiado y ellos tienen que vivir su vida, sus anhelos e inquietudes, no las nuestras. ¿Cuántas veces ocurre que si el hijo no logra destacar en un deporte, una afición o los estudios en los que los padres han puesto muchas esperanzas, estos mismos padres se enfadan con su hijo, llegan a regañarle o incluso a pegarle? ¿Cuántos trastornos mentales se generan o se han generado debido a esto en la niñez? ¿Cuántos padres que hacen esto, no sufrieron lo mismo de niños?

Es muy legítimo que cada día que pasa queramos estar mejor. Pero no sabemos frenarnos ante la ambición de querer cada día más, sin poner límites. Yo creo que todos y cada uno de nosotros, debiéramos plantearnos si merece la pena la vida que llevamos y como educamos a nuestros hijos y nietos.

Ernesto García

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