Ilustración © Sergi Balfegó
Voy a comentaros algo que me ocurrió el domingo 31 de marzo de 2013. Aquel día me había despertado muy incómodo, pues la noche anterior había descansado mal. Era la noche del cambio de hora y, a las dos de la mañana, aún me encontraba sin dormir. Entonces, como la noche anterior sólo había dormido cuatro horas, tomé una pastilla de Ziprexa. Hacía dos años que no me la tomaba, dado que me la recetaron por si alguna vez me encontraba muy inquieto y ansioso o no podía dormir. La verdad es que el mínimo que me recomendaron fue de media pastilla, pero yo sólo tomé un cuarto.
Después de tomarla, dormí unas siete horas. Pero, como he dicho antes, me encontraba mal al despertarme, tenía la cabeza embotada y una incomodidad muy grande en el estómago. Además de sentir ansiedad y encontrarme como enfadado. Mi carácter actual no es así, pues tiendo a estar casi siempre muy alegre y ver la vida, en general, en positivo. Hace ya algunos años que se puede decir que estoy viviendo una vida feliz.
Cuando salí a la calle en compañía de mi esposa, le iba hablando y, en la conversación que manteníamos, me daba cuenta que respondía con ganas de ser agresivo, enfadado, aunque no lo daba a entender. Como veía que esto seguía, le comenté todo lo que aquí explico a mi esposa. Y, sorprendentemente, en menos de un minuto de haberlo comentado, todo el malestar que tenía se me pasó como por arte de magia. Volvía a ser el mismo de antes. No sabía explicarme lo que me había sucedido.
Más tarde, llamé por teléfono a mi hija de 29 años y le conté lo que había sucedido. Ella tenía una explicación: una psicóloga amiga suya le contó que cuando tienes emociones contenidas lo mejor es expresarlas, hablarlas o escribirlas. De esta forma, no guardas dentro de ti ese malestar y realizas una catarsis, una descarga de las emociones, vaciándolo todo. Esto produce un efecto contrario al malestar que experimenta la persona, produciéndose una gran mejoría, casi al instante.
La verdad es que, a veces, la palabra tiene un poder tanto o más curativo que cualquier medicación que te puedas tomar. Hablar también ayuda a vaciar todo lo negativo que llevamos dentro.
Escribo esto aquí porque pienso que, muchas veces, a la persona que padece un trastorno mental le resulta muy costoso comentar sus experiencias, sensaciones o pensamientos. Creo que nadie, pero más aún las personas con un trastorno mental, debería guardar para sí sensaciones o sentimientos que le dañan. Guardar estas emociones suele hacer mucho daño. Si no las exteriorizamos, estos sentimientos, situaciones o sensaciones son algo que te van corroyendo por dentro.
Lo que veamos que no podemos solucionar, debemos comentarlo con las personas que consideremos más adecuadas, para intentar que éstas nos ayuden, en la medida de lo posible. Si no echamos mano de la ayuda que nos puedan facilitar las personas que estimamos y/o los profesionales, ¿para qué necesitamos su ayuda y su apoyo? En los momentos fáciles, es cuando menos necesitamos a los demás.
Espero que comentar esta experiencia que he pasado, y las conclusiones a las que he llegado, pueda ayudar a otras personas que se encuentran actualmente en situaciones parecidas.
Ernesto García