Ilustración © Francesc de Diego
En este artículo os hablaré de uno de los fundamentos de la Psicología Positiva: el Pensamiento Positivo. Lo haré desde una perspectiva no académica pues no es este el lugar y, además, no soy psicólogo. Para una crítica desde la propia psicología remito al lector al excelente artículo: La Psicología Positiva y sus Amigos: en evidencia. Mi enfoque es estrictamente personal, fruto de mis propias reelaboraciones sobre el tema y de lecturas específicas críticas con el pensamiento positivo.
La cuestión está ahí. El Pensamiento Positivo es una moda que lo invade todo: “hay que ser positivo”, “debes pensar en positivo”. Y esto se convierte en un mantra. ¿Pero qué es pensar en positivo? ¿Y por qué se tiene que pensar en positivo? Porque a esta casi advertencia, subyace la idea de que los pensamientos positivos nos remiten, mágicamente, a un estado de nirvana independientemente de las circunstancias que nos rodean. Pero no es así. El pensamiento no cambia el mundo si no viene acompañado de acción.
Y lo mismo sucede con el “mundo interior”. Para muchas personas esa autoimposición de pensamientos de manera artificiosa les provoca confusión y angustia. Y es natural: los sentimientos son respuestas adaptativas a nuestro entorno. Si algo o alguien nos molesta, nos enfadamos… y tomamos las de Villadiego –es decir, huimos- o nos enfrentamos.
Estar tristes, estar contentos… Es tan natural una cosa como la otra. Si sufrimos una perdida, respondemos con sentimiento de tristeza. El cuerpo y la mente tienen que aguantar el golpe y, en su caso, iniciar un proceso de duelo. Cuando alguien fallece, “acompañamos en el sentimiento” a sus familiares. Y ese sentimiento, lógicamente, es de pesar.
Cuando el pensamiento positivo se convierte en pensamiento único, en la única manera de andar por la vida, estamos artificiosamente -y peligrosamente-, evitando las reacciones emotivas que de negativas no tienen nada, sino que se sitúan en el espectro de los afectos de pesar, de pena, de tristeza… y que suelen seguir su curso. Yo lo tengo claro: no me gustaría pasar por esta vida sintiéndome “sólo” feliz. Hay muchas emociones que experimentar y están ahí como parte de la experiencia humana.
Y para acabar una frase que leí: “Cuando ser feliz se convierte en obligatorio, los que no lo son se convierten automáticamente en marginados”. O sea, que sed felices… o no. Sentid, amad, reíd, llorad. Dejad fluir vuestras emociones. Y que el Canto a la Vida sea también Llanto. Porque las lágrimas también nos hacen humanos.
David Herrera