Il·lustració © Riki Blanco

Ilustración © Riki Blanco

Es difícil la libertad cuando te ves a ti mismo como un esclavo que se merece su situación. Y es difícil la liberación del estigma cuando tú mismo te consideras inferior a los demás o menos persona. El odiarte a ti mismo te lo mete bajo la piel la gente que te desprecia sin saber nada de ti, sólo que eres “raro”. Y tú, que te sientes diferente, empiezas a pensar que es culpa tuya la situación en la que te encuentras.

Además, somos personas que necesitamos apoyo de los otros para mejorar nuestra situación. Sin este apoyo es muy difícil salir del pozo. ¡Y las opiniones de los demás pueden ser tan dolorosas!

Cuando piensas que tú eres el responsable, ya ha ganado el autoestigma. Y como muy bien decía un compañero hace unos días en este blog, en muchas ocasiones no es culpa del trastorno que tú seas estigmatizado, sino de los factores que acompañan a éste: la precariedad de las condiciones de vida o la falta de apoyo emocional, por ejemplo.

Y una vez que se te ha metido en el cuerpo el autoestigma, es muy difícil liberarse. Forma parte de la cultura occidental. Antes de tener un problema mental, ya consideras a los que lo tienen como personas inferiores. Y cuando empiezas con el trastorno, ya te desprecias a ti mismo.

Pierdes la dignidad muy rápidamente y la recuperas muy lentamente. La precariedad laboral, la soledad o los problemas provocados por la medicación -ir dopado o tener problemas sexuales, por ejemplo-, no hacen más que añadir más peso al autoestigma.

¿Y si estoy enfermo, como voy a llevar una vida normal? Te concentras en tus limitaciones y no ves más que los problemas. Tener un trastorno mental ya es un problema enorme. Sólo falta que nos castiguemos a nosotros mismos por él.

Cualquier cosa que te haga sentir digno y una persona como las demás ayuda a la liberación. Un trabajo no es una terapia, pero resulta tan benéfico que se parece mucho. Y hacer cosas que te hagan sentir útil y un miembro de la sociedad de pleno derecho es importantísimo.

¡Y siempre somos miembros de la sociedad de pleno derecho!

Félix Rozey

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